miércoles, octubre 24, 2012

Otra satisfacción enorme, la publicación de"...Un secreto en la casa de Dios....". Que alegría, gracias miles Julia por creer y confiar en mí. Bello relato que me encantó escribir, espero que les guste. Y gracias a Dios y a la vida, sigo sumando caricias a mi alma!!!!!!!


Un secreto en la casa de Dios
Yo he visto algo más bajo el sol; en lugar del derecho,
la maldad y en lugar de la justicia, la iniquidad.
Entonces me dije a mi mismo: Dios juzgará al justo y al malvado,
porque allá hay un tiempo para cada cosa y para cada acción…
3.16; 17
El descarriado se sacia con los frutos de su conducta,
Y el hombre de bien con sus acciones.
Proverbio 14. 14
Un ruido ensordecedor y plomizo interrumpió, aquella mañana, el silencio que se respiraba dentro de la iglesia. El cura salió de la sacristía y se persignó delante del altar. Era la primera vez que un ruido le hacía sentir miedo. Caminó hasta uno de los confesionarios y quedó perplejo cuando vio el cuerpo de un muchacho desparramado en el piso. Estaba dolorido y una herida se hacía visible a través de la manga de su camisa que estaba teñida de sangre. Se acercó y trató de mirar su rostro. Lo conocía, era Raúl. El muchacho como pudo le dijo que lo estaban persiguiendo y le pidió que se retirara de la iglesia antes de que lo lastimaran. El cura primero dudó, después le hizo caso y se fue.
Mientras la sotana se movía al ritmo de sus pasos, pensaba en el rostro de aquel joven. No pudo llegar demasiado lejos, sabía que abandonar a un cristiano no era algo que se le estuviese permitido. Paró en la pulpería del pueblo y se sentó unos segundos para tranquilizarse y pensar. Tomó un vaso de agua y se retiró. Desandando el mismo camino volvió a la capilla la culpa le pesaba demasiado y ni los rezos lograban disiparla. Una sensación perturbadora lo perseguía paso tras paso. Cuando llegó a la iglesia entró por la puerta de atrás en busca de Raúl, pero nunca lo encontró. Desalentado, se sentó en un banco del altar, tomó la biblia y leyó el Eclesiastés 3.1-8. Mientras leía, recordaba como en una imagen superpuesta la cara de Raúl en los tiempos en los que había sido monaguillo y en la del muchacho herido, consternado e indigente que había encontrado a la mañana. Casi sin quererlo, mientras sus ojos recorrían las escrituras sagradas, los recuerdos lo sometían a seguir pensando. ¿Era cierto lo que había visto? ¿Qué le había pasado a Raúl?
Dudó de todo: de su fe y de quien había sido su seguidor. Cuando las preguntas dejaron de perturbarlo recordó un hecho puntual ocurrido en la iglesia. Era habitual que el monaguillo llegara unos minutos antes de que la misa comenzara, pero ese día Raúl se había presentado temprano. Estaba cansado y sus ropas estaban impregnadas de un olor fuerte y rancio. Cuando le había preguntado de dónde venía, Raúl comenzó a armar un relato lleno de contradicciones que ni él mismo podía seguir con coherencia, fue en ese instante que el cura pudo comprender que su discípulo guardaba un secreto que no se atrevía a develar y dejó que sus citas con Dios lo encaminaran y esclarecieran. Luego comenzó a entender. Ni Raúl era tan bueno como parecía ni tan servicial y gentil como se mostraba. Las dudas comenzaron a impacientarlo y rezó para persuadir los malos pensamientos que lo torturaban sin piedad.
Todavía de rodillas otro ruido volvía a inquietarlo; los pasos de alguien que caminaba hacia el altar retumbaban en sus oídos como una amenaza. Como pudo se puso de pie. Cuando intentaba girar su cuerpo, un hombre le disparó en la nuca y lo mató. Después fue hacia el altar, se persignó y se alejó con tranquilidad.
El silencio sepulcral volvió a respirarse en ese lugar en el que sólo los santos habían sido testigos de lo ocurrido. El cuerpo del cura permaneció en el piso hasta poco tiempo antes de la misa que nunca comenzó. Los pueblerinos aún murmuran sobre el crimen y la iglesia jamás volvió a abrir sus puertas a la fe.

Claudia de Angelis
Modalidad: A distancia
Nivel B – Módulo: 3, consigna 4
Octubre de 2012

miércoles, octubre 17, 2012

Ayer 16/10/2012.....muy feliz!!!!!!!

Una hora en la vida de Lucila fue publicado en Literatorio.
Mucha felicidad...mucha alegría compartida.
Gracias Julia por mostrar en tu web los trabajos de tus talleristas, son una caricia necesaria para que sigamos   tratando de encontrar nuestro camino......"Y cuando a ti se abran muchos caminos y no sepas cuál tomar, no elijas uno al azar, siéntate y espera. Respira con la profundidad confiada con que respiraste el día en que viniste al mundo; sin dejarte distraer por nada, espera y vuelve a esperar. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Cuando te hable, levántate y marcha hacia donde él te lleve....."
Un poco así fue el día en el que elegí comenzar con el taller.....ya pasó mucho tiempo y el entusiasmo se mantiene atento como el primer día...
No sé cómo termina el cuento, ahora disfruto de poder contarlo y compartirlo!!!!!!!!!!!!!!

martes, octubre 09, 2012

Después de cumplir años, de los besos, abrazos y saludos recibidos, nada mejor que compartir con ustedes un relato...Un día en la vida de Lucila... que bien puede ser en la vida de cualquier mujer, se los presento.




Un día en la vida de Lucila

El despertador sonaba a las seis. La mañana comenzaba muy temprano para Lucila. Todavía escondida entre las cobijas, estiraba el brazo con torpeza y se despertaba cuando lo escuchaba rodar por el piso. A pesar de su cansancio y de sus ganas de abandonar la rutina, se levantaba contenta. Octubre era la época del año que más disfrutaba, la que sentía fluir por sus venas como una inyección de energía. Con el pijama puesto iba hacia la cocina. Caminaba lento y se llenaba los pulmones del aire con olor a cítricos que el desodorante de su marido había dejado flotando por el ambiente. Una razón más para contentarse, los olores eran indispensables en su vida. Se asomaba por la ventana y veía cómo el cielo se despertaba y se teñía con la luz del sol. Tomaba la caja de fósforos y con cuidado para que la brisa que entraba por la ventana no se lo apagase encendía la hornalla. Después apoyaba el jarro de leche fría sobre la llama y se mantenía fiel a su lado esperando que hirviera porque limpiar la leche derramada la ponía de muy mal humor.

Desde que se despertaba hasta que salía camino a la escuela, pasaba tan sólo una hora en el reloj, en medida cronológica una cita con el ayer. Era inevitable que algún capítulo de su vida no estuviese presente en aquel momento de la mañana que la invitaba a viajar al pasado, casi sin que pudiese advertirlo. El olor de las tostadas, el café recién preparado la ayudaban a memorizar momentos de su niñez. Recordaba su casa de la infancia, su mamá y sus hermanos. Se sorprendía a sí misma de estar ocupando aquel lugar que parecía tan lejano cuando era pequeña.
Cuando menos lo imaginaba, una mano pequeña golpeaba su espalda y le decía en voz baja:—Mami, ya estoy lista.Entonces se daba vuelta y el presente se reflejaba en los ojos de su hija. Se miraban, se abrazaban fuerte y Lucila volvía a ser mamá en segundos. Tomaba el cepillo, peinaba el cabello de la niña y descubría recién en ese momento que el tiempo que había transcurrido entre su fugaz recuerdo y la realidad, parecía haber sido toda una vida. Después se cambiaba, abandonaba el pijama y antes de salir del cuarto miraba otra vez el reloj. Eran las siete de la mañana. A las siete y cuarto, bajaban por el ascensor, salían juntas de la mano y acompañadas por el sonido de las ruedas de la mochila sobre las veredas, se despedían con un beso eterno en la puerta del colegio.

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